UNIDAD 3: EL MÉXICO INDEPENDIENTE Y SU EDUCACIÓN.

Hablando de educación en el período de la independencia de México, entre los años de 1780 a 1836 la construcción de edificios escolares no fue prioritaria debido a que los patios, comedores, habitaciones de viviendas, cuartos de vecindad y hospitales abandonados, funcionaban como colegios. La Iglesia tuvo un papel importante en la educación dentro de este periodo ya que compró las haciendas anexas a los conjuntos conventuales y fue a partir de entonces cuando hubo lugares específicos para los salones de clase.

Entre 1821 y 1836 el Ministerios de Relaciones tuvo a su cargo la educación; creó los institutos nacionales de enseñanza pública con el fin de instruir a la población en las ciencias físicas, políticas y morales. El espíritu ilustrado de la época permitió que los maestros demostraran a través del método científico los conocimientos. Este sistema creado en Alemania, fue acogido por la Francia napoleónica y de ahí se difundió a España.

De hecho, algunos colegios jesuitas, antes de pasar a manos del clero secular, ya habían implantado el novedoso procedimiento. La institución eclesiástica continúo dirigiendo casi todas las escuelas de México. Las mojas estaban a cargo de la instrucción femenina y los sacerdotes de la de los varones. El Estado también buscó asumir la responsabilidad de la formación con el fin de formar ciudadanos virtuosos. El estudio y el trabajo fueron los medios para abatir la pobreza y la pereza.

Desde los inicios de México como nación independiente, la escuela era vista por liberales y conservadores como un canal fundamental para la transformación social. Por ello, pusieron en marcha nuevos proyectos para sustituir los textos escolares que se empleaban desde el periodo novohispano por otros que promovieran el estudio del civismo, la historia y la geografía nacional.

Hoy que nos encontramos cerca de doscientos once años de vida independiente, y aún cuando los propósitos no son los mismos, la educación en nuestro país continúa siendo tema de interés por sus implicaciones económicas, sociales, filosóficas, morales, pedagógicas y sobre todo políticas. De ahí, que en cada sexenio el presidente en turno, con su equipo, le imprimen cambios que consideran pertinentes.


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